De la música indígena, anterior
al período colonial, apenas quedan rastros, debido fundamentalmente a
que las diversas nacionalidades autóctonas carecieron
de un sistema de notación musical. Sabemos con cierto
grado de certeza que se trataba de música pentafónica, que
utilizaba básicamente instrumentos de percusión y
de viento, construidos con materiales
propios de cada una de las zonas: caña guadua, materiales
vegetales huecos, huesos o plumas de ave para los
instrumentos de viento -dulzainas, ocarinas, flautas de
pan, rondadores-, troncos, pieles de
animales curtidas, lascas minerales para los de
percusión -bombos, cajas, primitivos xilófonos-.
En la época colonial e incluso
hasta inicios de la republicana la música es básicamente
de carácter religioso: lírica devota y popular
religiosa. Los músicos de la época tenían una estrecha
relación con la Iglesia, ya que habitualmente desempeñaban
funciones de maestros de capilla o directores de los
coros. La música profana se expresaba fundamentalmente
en las bandas -parientes cercanas de las murgas españolas-,
que se utilizaban en las festividades populares y
religiosas para divertir al pueblo, algo de música de cámara
se escuchó en los salones de la Real Audiencia
de Quito, principalmente gracias al apoyo de determinadas
autoridades coloniales. Los escasos compositores
orientaban su trabajo hacia la realización de piezas
para ser interpretadas en los oficios religiosos -maitines,
coros, canciones de alabanza- y las primeras canciones
populares, siempre con motivos religiosos. Surgen así
los villancicos, que aún se cantan en la actualidad.
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